El deporte
mueve masas y genera pasión en cualquier lugar del mundo, pero sobre todo en los países mas desarrollados, aunque también cabe destacar que en los países pobres también se vive con mucha pasión, y el deporte se solidariza mucho con ellos.
La pasión en
el deporte bien entendida es capaz de generar alegría, afición o ilusión. Es lo
que podríamos llamar el amor por los colores. Es capaz de paralizar un país por
un acontecimiento deportivo (olimpiadas, mundiales etc.). Nos hace olvidarnos
durante un rato de los problemas que nos rodean. La pasión por un equipo o por
los grandes deportistas a nivel individual es la mejor campaña de publicidad
para ese deporte. Las grandes audiencias televisivas son un claro ejemplo de
ello. Ser hincha o seguidor de cualquier equipo nos hace ser solidarios con los
aficionados de ese equipo. Sufrimos o nos divertimos todos por igual. Y si la
rivalidad con los contrarios es sana nos engrandece a todos. Queremos que
nuestro equipo gane pero no a cualquier precio. Somos capaces de felicitar al
rival si lo ha hecho mejor que nosotros.
El problema
es cuando las pasiones se convierten en bajas pasiones. Cuando el equipo
contrario nos genera odio o cuando estamos dispuestos a llegar a agredir al
contrario es cuando llega la violencia. Cuando vemos competiciones de base donde los propios padres de los
deportistas se comportan como auténticos ultras contra el árbitro o el equipo
contrario la pasión se convierte en pésima educación deportiva. Estas bajas
pasiones son las que hay que eliminar a toda costa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario